Ser un amargado

El amargado, a veces, nace, crece y puede que hasta se reproduzca. No disfrutará de ninguna de esas cosas. Sin embargo, hay amargados que se crean poco a poco, lentamente, a base de pequeñas decepciones y grandes sentimientos negativos que van generando en él un vacío enorme, parecido a uno esos inmensos cuerpos celestes que todo lo tragan, y en el que va hundiéndose (metafóricamente hablando) cualquier atisbo de alegría e inocencia que pudiera quedarle hasta dejar solo la fachada de un cuerpo vacío de contenido y solo poblado ya, en su interior, por una inconmensurable y viscosa amargura. La amargura es, claro, una enfermedad. La del resentimiento y el pasado. Ser un amargado no significa ser un triste, la tristeza es más compleja, tiene más matices, ser un amargado significa otra cosa.

El amargado tiene cara de amargado, su condición le marca el rostro como un repugnante proxeneta lo haría en la cara de lo que considera su mercancía. A los amargados se les ve llegar y se les celebra la marcha. A los amargados se les tiene pena y, también, dan un poco de risa; porque un amargado es una persona con una enorme dignidad, y la dignidad pisoteada es siempre un drama y una tragedia hasta que termina siendo, inevitablemente, comedia. Nadie se ríe del amargado, pero no encaja y como pez fuera del agua es un chiste. ¿Lo peor? El amargado lo sabe, lo intuye, lo huele, lo siente en las tripas. El amargado no quiere pero se sabe y se siente un chiste.

El amargado tiene pensamientos recurrentes, uno de ellos es aquel que le cuenta que no siempre fue un amargado. Tiene problemas para saber cuando empezó a serlo porque el proceso es lento y casi invisible hasta que es ya tarde. Un amargado no acelera de cero a cien, es de combustión lenta pero segura. El amargado es un cocido que hace chup-chup durante horas, semanas, días, años, décadas. Chup-chup. Chup-chup…

El amargado y el depresivo comparten ciertas características. Tal vez sean la misma persona. Tal vez no haya diferencia. El amargado, puede ser, quien sabe, se me ocurre, sea un depresivo funcional. El amargado se plancha la ropa y cocina cada día. El amargado trabaja y hace deporte. El amargado cumple, hace lo que tiene que hacer. El amargado es un miembro productivo de esta sociedad que pone, en cada actividad que realiza, una enorme energía y cuidado; como si llevar bien planchada la camisa o limpiar la cocina con esmero fuera una cosa de gente feliz y satisfecha. Y es que el amargado es, también, un estratega, quiere ser feliz porque ha visto por ahí que puede serlo si se esfuerza. La publicidad lo dice. Ciertos libros también. El amargado se fustiga cada día porque no compró bitcóins cuando eran baratos.

El amargado quitaría todos los espejos de su casa, ¿quién quiere ver cada día la cara de un amargado? El amargado tampoco quiere. En eso, el amargado, es igual al resto.

Chup-chup…

Amo a Nicolas Cage

con-air

Querido Nicolas, escribo estas lineas, después de mucho pensar, como una forma de dejar patente mi amor y  la profunda admiración que por ti siento. Pero no sólo por eso, también lo hago porque tengo una misión. Espera, te cuento. 

Hace tiempo que decidí que iba a dedicar parte de mi vida a defenderte, Nicolas Cage. Y lo hice porque me parece inaceptable el trato que recibes por parte de demasiada gente que no es capaz de apreciar tu valor como actor y como icono cultural.

Sí, he dicho “icono cultural” y no he ardido de forma espontánea.

No veas, menuda idea loca;  como si tú, mi admirado Nicolas, no hubieses sobrepasado tu condición de actor para ser un icono, una auténtica estrella de Hollywood que perdurará por los siglos y al que muchos reivindicarán en el futuro, cuando ya sea tarde. Que me llamen loco, me da lo mismo. Yo lo tengo claro, a mí no me va a pasar semejante cosa: yo te reivindicaré HOY.   

Así que me armo de valor y paciencia y me declaro tu defensor; y lo hago porque me parece justo y una buena idea. Eres un buen actor y un tipo con una carisma absoluta. Y también está lo de tu pelo, pero ese es otro tema. Es por todo esto que discutiré hasta el agotamiento contra todas esas personas que te critican duramente y que son incapaces de recordar las grandes interpretaciones que nos has regalado. Y cuando hablo de agotamiento me refiero al suyo, porque yo, como todo buen pirado de Internet, tengo cuerda para rato.

Nicolas, la gente parece haber olvidado que has trabajado con grandes directores, con bastantes, y siempre que lo has hecho has salido por la puerta grande; subido a un altar y dejándonos grandes momentos para el recuerdo. «Corazón salvaje» no puede ser imaginada sin ti, Nicolas Cage, y supongo que David Lynch piensa igual que yo. Y si no lo hace, pues muy mal. «Adaptation» no sería absolutamente nada sin tu interpretación de dos gemelos antagónicos en la película que todo guionista debería amar. «Arizona Baby» no molaría tanto si no estuvieras tú. Leaving Las Vegas, evidentemente tampoco. En «Con Air»,  posiblemente una de las pelis de acción más absolutamente molonas y locas de todos los tiempos nos regalas la grandísima interpretación de un padre luchador y fantástico que ha sido injustamente encarcelado y que tiene la única misión de defender el conejito que espera regalar a su hija cuando sea finalmente libre mientras que, al mismo tiempo, debe de salvar un avión lleno de maleantes en plena fuga y a su único amigo en la cárcel. ¿Qué más se le puede pedir a una película? Yo creo que nada. Pero no nos quedamos ahí. Nicolas, hasta eres un villano genial y luego un héroe cojonudo en «Cara a Cara». ¿A quien no le gusta esa película? A mí no me gusta Jonh Woo y me parece hasta buena. También creo que mereces nuestra aprobación y respeto por tu papel en “El señor de la guerra”.  Hasta me pareces magistral en “La Roca”, en “Teniente Corrupto” y en “Al limite”. Películas firmadas por unos tales Bay, Herzog y Scorsese. Unos directores que no saben nada de nada y a los que no les debemos un respeto total. Bueno, a Bay a lo mejor sólo a ratos. Pero a los otros dos sí que les deberíamos invitar a merendar porque se lo han ganado.

Podríamos seguir, pero ¿para qué? Ha quedado claro lo que quiero decir; estoy seguro. Tú ya lo sabes, Nicolas. 

El problema, supongo, es que todo el mundo piensa en las pelis malas que has hecho. Cuando a lo mejor no son malas, sólo son películas de Nicolas Cage. Y eso, a mi juicio, ya las hace valorables. Pero la gente piensa en ellas, mucho más de lo que yo pienso en lo que hubieras molado como Superman en la que habría sido la adaptación más surrealista de un cómic jamás realizada. Algo que de haberse hecho habría cambiado la historia del cine; si es que no lo ha hecho ya, y eso que no llegaron ni a rodarla (tal vez aquí exagero un poco, puede ser). Y en gran parte es gracias, otra vez, a ti. Así de grande eres Nicolas Cage, hasta en la omisión eres decisivo. Como Rajoy. 

Sin embargo, no me gustaría que la gente, o que incluso tú, se llevara la equivocada impresión de que soy un fanático simplón. Puedo entender que en tu extensa filmografia hayan algunos bodrios infumables. Especialmente todas las del Motorista Fantasma. Películas terribles, las dos, hasta para un fan de los comics como yo. Pero es que, seamos claros: no hay luz sin oscuridad”. Siempre quise decir esa frase de mierda y finalmente lo he hecho porque venía que ni pintada. Otro punto para ti, Mr Cage, que me has dado la oportunidad a través de este texto. ¿Ves como eres decisivo? No me cansaré de decirlo. 

Tampoco quiero hablar de tu vida personal, o de tu excentricidades. Internet ya ha hablado mucho sobre eso y me parece irrelevante. Nicolas, la gente tiene que entender que uno no puede ser grande sin que ocurran cosas rarísimas y ciertamente locas. Sin tener una historia que contar. Eso forma parte de la grandeza. De la tuya, concretamente. Sigues sumando, Nicolas. Y de qué manera. Ni caso a aquellos que no lo entiendan. Tú sigue fuerte, como siempre.

Nicolas, no me voy a liar más. Hay mucha información sobre ti en Internet y cualquiera con buen juicio puede investigar y descubrir muchos detalles sobre tu vida y tu obra. Hasta encontrar algún que otro meme divertido que no son sin no más destellos de tu grandeza; si eres de verdad grande tendrás meme. Tú tienes muchos, Nicolas. Y son maravillosos, los miro todo el tiempo. Te lo juro, Nicolas. Los miro constantemente. 

Me toca despedirme, Nicolas Cage. Podría seguir durante horas pero está claro que me empezaría a repetir y creo haber dejado claro que seguiré de forma incansable admirándote y defendiéndote. Te digo adiós con la satisfacción de tener la posibilidad de repasar tus películas, una y otra y otra vez para seguir disfrutando de tu grandeza. Me voy no sin antes repetirlo una última vez: Gracias, Nicolas Cage. Siempre seré tuyo.

SIEMPRE.

Vale. Has llegado al final del texto y no eres Nicolas Cage. Así que te tengo que decir la verdad: Te he mentido, me encanta Nicolas Cage pero no tengo la misión de defenderlo en de ninguna manera, tampoco tengo porque escribirle una carta de amor tan pirada como la que acabas de leer. En realidad, mi intención es la de conseguir que repases, lector o lectora, algunas de sus mejores películas, las disfrutes y te des cuenta de lo grande que es este dos veces nominado a los Oscar (nominado, y una vez ganador; por supuesto). Y así, cuando hayas repasado sus grandes cintas, recordarás ese meme terrible y no sólo reirás, también recordarás a un actor maravillosamente único que ha conseguido convertirse en un género cinematográfico en sí mismo. 

Y todo esto con ese pelazo. Joder, tiene mérito. 

Gracias por leer.

Entre lactantes y votantes.

En esta etapa política que abrimos en España vamos a ver muchos gestos. Muchos. Los mismos que hemos visto durante estos años. Sin embargo, en vez de verlos en la calle, los vamos a ver en el Congreso. Y a diario. Quien no esté preparado para esto lo va a pasar mal y se va a llevar más de un innecesario cabreo. Pero es lo que toca y a esto debemos atenernos. El hecho de que la diputada de PODEMOS Carolina Bescansa haya llevado a su lugar de trabajo, en este caso el Congreso, a su bebé y hasta lo haya amamantado allí mismo, es, seguramente, uno de los muchos gestos sencillos pero poderosos que vamos a ver en los próximos meses y años en la política española. Además de una gran forma de comunicar sin abrir la boca. Simplemente con un gesto sencillo, casi básico. Una madre y su bebé. Nada más. Y a mí me parece bien, creo que mucha gente va a conectar con estas expresiones y se van a sentir, esta vez sí, representados en esas cortes de grandes palabras pero de hechos a veces cuestionables. Así que adelante y representemos la realidad de la sociedad en la que vivimos, que es como es. Aunque muchos intenten negarla o vestirla de otra manera. Pero no seamos simplistas, ya que vamos a ser efectistas. Al menos, seamos conscientes de que tarea es la que toca y no otra.

Así que lo importante es que no nos quedemos sólo en el gesto, en la reivindicación y en la imagen. Ya no estamos en campaña. Lo importante es que haya un fondo real detrás de todo esto y que los protagonista de estos gestos sean conscientes de que no se pueden quedar sólo ahí. Ahora les toca ponerse de acuerdo. Y para eso van a tener que negociar. Y en el terreno de la negociación toca comerse, de vez en cuando, un sapo. Y a nadie le gusta, pero es lo que toca. Espero que no les toque a ellos, por cierto. Pero negociar significa saber lo que uno quiere y que está dispuesto a hacer para conseguirlo, entendiendo que frente a ellos hay otras partes que también desean ver satisfechas sus aspiraciones. En este caso, representado a muchas personas de este país.

Supongo que algunos, como yo, esperan ver en eso llamado “el cambio” la capacidad de negociación y acuerdo para modificar esta realidad injusta y deformada por algunos interesados y no simplemente para hacerla más pintoresca. Espero que lo consigan, no sólo ellos: todos. Soy escéptico, no obstante.

El bebé monísimo, por cierto. No es la primera vez que vemos a uno en un parlamento, hay referencias en otros países y tampoco hay porque echarse las manos a la cabeza. Nada más bonito que una madre y su bebé. En el parlamento, en la calle o el mundo. Hay quien dirá que nadie discute eso, pero es que lo parece.

Gracias por leer.

Los hijos de puta también son los nuestros

Ser un hijo de puta tiene su arte. Y no estoy diciendo que cualquiera no pueda ser un hijo de puta, pero hay gente mejor preparada que el resto para ser un/a hijo/a de puta. Y vaya por delante que no estoy diciendo nada sobre sus madres; que a lo mejor eran señoras que no eran putas, o lo mejor sí que lo eran y muy bien que me parecería porque en esta vida uno puede que ser lo que le venga en gana mientras no moleste a los demás. Pero esto no ocurre con los hijos de puta. Porque un hijo de puta nace para ser eso: un hijo de puta. Para eso, y para dejar su huella con toda esa energía de artística maldad con la que han sido dotados desde su concepción y todo esto, como ya he dicho, independientemente de quién o qué cosa sea, o haya sido, su madre.

Los hijos de puta son artistas de la vida que crean una obra inigualable a través de la falta de empatía y las puñaladas; no siempre traperas, pero puñaladas al final y al cabo. Cuando no a través de cosas peores. Y es que hay que ver arte en todo eso; aunque nos joda y nos duela. Porque aplaudir el mal es una cosa terrible (mucho), y yo no lo hago. Pero seamos claros, esto es como lo de pintar, esculpir o bailar. Todo el mundo puede hacerlo pero otros pueden más, mejor o muchísimo mejor. El mal es así, una disciplina más.

Y yo los admiro. Pues sí, es cierto: admiro a los hijos de puta. ¿Quién no admira a un buen villano? Yo no puedo evitar hacerlo. Los admiro porque no sólo se hacen, ante todo nacen y luego, si eso, perfeccionan su condición. Por eso hay criaturas de 5 años a las que ves ese halo de hijoputismo desde el minuto uno. Aunque no dices nada, porque no vas a juzgar a ese pequeño ser humano que aún no ha crecido y no es mayor de edad. Te ahorras desarrollar un comentario al más puro estilo precrimen y te callas y das un sorbo a lo que sea que estés bebiendo. Sobre todo porque el hijo de puta en ciernes tiene unos padres que a lo mejor son amigos tuyos o, peor aún, familiares; además de excelentes personas, claro. Así que te lo callas, aunque pienses: “menuda pieza vas a ser, colega” mientras ríes las gracias cargadas de maldad que seguro que en algún momento el proyecto de hijo de puta va a brindar a su audiencia. Otros dirán, más cultos que yo, que eso dependerá de la educación. Yo como no creo en eso de que vengamos a la vida sin formato no puedo estar muy de acuerdo. Pero tampoco es que yo sepa mucho de nada. Es más, lo único digo que cada uno nace con algo en la mochila y que luego ya veremos. Pero ojo, tengo bien claro que la educación juega su imprescindible papel. Es decir, si los que te educan te lavan la cabeza para ser un cabrón miserable, pues probablemente un cabrón miserable serás; pero lo hagan o no, todos llevamos algo dentro cuando salimos al mundo cubiertos de un montón de fluidos. Cosas buenas, o muy buenas. Y cosas malas, muy malas. Todas potenciables hasta su mejor expresión. El hijoputismo también, claro. Y la maldad.

Algunos, con estas palabras, ya se estarán tirando de los pelos y hasta estarán pensando que aquí el único que tiene algo podrido dentro soy yo. Que si el ser humano no es malo por naturaleza y esas cosas. Y bien que me parece, yo tampoco creo que el ser humano sea malo por naturaleza. Ni un angelito tampoco. A las pruebas me remito. Y tampoco pasa nada porque se tiren de los pelos, algunos necesitan menos pelos en esas cabezas para que entre algo de aire fresco. Me incluyo.

Pero seamos claros: Por desgracia, el mundo necesita de los de hijos de puta y no porque en esta vida tengamos que tener de todo. Yo no creo que eso siempre sea así, a veces la variedad puede apestar un poco y eso lo digo yo, que soy fan de lo variado. Pero ese otro tema. Yo creo que el mundo necesita de hijos de puta porque a veces uno necesita a un buen hijo de puta al lado. Uno del que aprender, al que observar y, sobre todo, al que recurrir. Y si no lo encuentras, puede que el hijo de puta seas tú. Piénsalo.

Los sufriremos. A los hijos de puta; claro. Pero la maldad auténtica es un buen ejemplo de todo lo que puede hacer el ser humano de forma increíble, aunque esto sea lo puto peor. Nada como unas lecciones de genuina maldad por parte de un buen artista del mal para recordarnos que todo puede empeorar y que es mejor no llegar a según qué extremos.

Y así lo veo yo. Pero no se detengan; aún les quedan pelos.

Gracias por leer.

Ser puntual es ser triste por cansancio

Leí el otro día, durante un rato de buceo por redes sociales, una publicación que afirmaba que la universidad de nosedonde había publicado un estudio en el que se aseguraba que los optimistas tienen, todos, un rasgo en común: son impuntuales. Eso nos convertía a los puntuales en pesimistas de libro. Y punto. Según ese estudio poco se podía hacer ya.

Estuve pensando sobre ello un rato. Y debo de decir que creo que ese estudio tiene razón porque eso de ser puntual es una desgracia bastante grande. Lo digo yo, que soy asquerosamente puntual y posiblemente una de las personas que más tiempo ha esperado a sus citas de España.

La puntualidad, vista siempre como un rasgo de seriedad, educación y, en general, como una virtud, es una cosa asquerosa de la que no te puedes librar a pesar de saber que te va a costar más de un disgusto. El puntual, en la mayoría de los casos, se pasa la vida esperando. Esperando a todo el mundo, agarrándose un solitario cabreo por la impuntualidad de los demás y, peor aún, reflexionando sobre cómo es ésta vida, en la que nada llega cuando debería de llegar y en dónde si uno no es impuntual más le vale ser paciente.

Así que supongo que sí; los impuntuales son más optimistas. Lo son porque nunca esperan y porque viven con la prisa que les da llegar tarde a un destino puntual que les estará esperando pacientemente. Eso tiene que dar alegría. Como cuando Mia Wallace sale del baño después de empolvarse la nariz y se encuentra con la comida ya puesta en la mesa. En mi caso, que soy puntal como mi padre, me paso la vida pidiendo un café más o buscando un escaparate que mirar o una nueva maldición que susurrar en voz baja mientras espero asqueado por el calor, muerto por el frío o, rara vez, empapado por la lluvia a que llegue aquel, o aquella, que necesita siempre veinte minutos más. La puntualidad es soledad, incertidumbre y decepción. Así que me parece normal que los puntuales seamos pesimistas, con ese panorama ustedes dirán.

Pero no voy a dejar de ser puntual. Y no por militancia, sino porque sería imposible no serlo. Es como dejar de ser heavy, no se puede. Se es así y ya está aunque se pase uno al jazz y a la música clásica. Heavy te quedas para siempre. Además, entre todas las cosas ya dichas tenemos que recalcar que una persona puntual es una persona que tiene la esperanza de que todo ocurra según lo pactado y yo siempre tengo la esperanza, cuando no la ilusión, de que los tratos, ya sean con el reloj, con los demás o con uno mismo, sean cumplidos. Y si eso no es optimismo entonces debe de ser inocencia. Que también me parece un rasgo bonito al que agarrarse en los tiempos que corren.

Por lo tanto concluiré que estoy de acuerdo en el optimismo científico del impuntual si alguien me compra mi idea de la virginal e incorruptible inocencia del que es puntual. Pero claro, tal vez sea esa otra puerta a la desilusión del puntual. La muerte de la inocencia a través de la continua espera de aquello que ocurrirá tarde, cuando ya no tocaba. Aunque tal vez dé igual, porque según mi experiencia hasta la desilusión a veces llega también tarde.

Next Floor de Denis Villeneuve

Mucho tiempo sin escribir por aquí. Bueno, esto de los blogs ya se sabe como va. En cierto modo tener un blog es como apuntarse al gimnasio el día 2 de Enero. Puede que sea peor, de hecho.

Y dicho esto vuelvo brevemente para compartir por aquí el corto Next Floor de Denis Villeneuve, uno de los directores más interesantes del panorama actual. Películas como «Prisioneros» lo dejan bastante claro.

El corto es una interesante pieza visual, con un gran trabajo técnico y una poderosa realización. Una pieza sin diálogos que puede ser entendida, en cierto modo, como una metáfora del mundo actual y de nuestra forma de consumir. Lo cierto es que no tengo ninguna idea de que realmente sea así, pero esa fue la impresión con la que me quedé.

 

Skyfall, gusto por lo clásico

Renovarse implica aceptar el cambio, y aceptar el cambio implica, también, aceptar como inevitable la pérdida de viejas costumbres. La renovación es siempre un proceso difícil, pues puede pasar por el desconcierto, la sensación de vacío y el miedo a lo desconocido. Sin embargo, la renovación es también una forma de aceptar que hay cosas que nunca cambian y que el espíritu inicial de aquello que pretendemos renovar estará presente hasta el final, haya renovación o no, sin traicionarse.

Skyfall es una película que se define en su primera imagen; algo que sabemos cuando termina la proyección. La película comienza con un pasillo oscuro en el que aparece, de repente, la silueta de un James Bond enfundado en su perfecto y elegante traje, al tiempo que blande, de forma defensiva, su clásica arma. Hace acto de presencia con un golpe de orquesta de la inconfundible banda sonora que ha acompañado al personaje desde sus inicios. Esa imagen, claro referente a la clásica entrada de Bond  (aquella en la que un punto de mira sigue al personaje, hasta que éste dispara contra ella), pone de manifiesto que nos encontramos ante una cinta que pretende recuperar los valores originales del personaje; y que pretende hacerlo sin olvidar que vivimos otros tiempos.  Es por lo tanto, Skyfall, y como ya se ha dicho en otros lugares, una película de James Bond. Ni más, ni menos. Una película a la vieja usanza, de las que podíamos llegar a echar de menos, pero con todo lo nuevo que deberíamos encontrar en una cinta de estas características en nuestros días. Sinceramente creo que esta película está destinada a conciliar el futuro con el pasado. No sé si la saga volverá a mirar atrás, pero está claro que Skyfall es un intento de dar lo mejor de lo viejo, con aspecto de nuevo.

Y es que ese el tema de la película. Una cinta en la que un James Bond clásico sigue viajando por el mundo, seduciendo a mujeres bellas y espiando sin ni siquiera llevar un portátil encima en pleno siglo XXI. James Bond no responde e-mails, al mismo tiempo que se enfrenta con un villano que no es otra cosa que lo opuesto al personaje original; una fuerza contraria que entiende y comparte su origen pero que ha evolucionado hasta adaptarse a la idea que hoy tenemos del miedo global.

Es el villano, de nombre Silva, interpretado por un gran Javier Bardem (que ha impresionado a la crítica con su interpretación) el que se enfrenta constantemente al mundo del viejo Bond con ciber-ataques y elaborados planes que van más allá de la dominación, o del dinero. Este villano simboliza la rabia contra el sistema, el caos y la venganza por una idea que trasciende las motivaciones del villano clásico (algo que ya vimos en «El caballero oscuro», película en la que encontramos paralelismos). Silva representa la furia sin control contra un sistema que lo abandonó cuando más lo necesitaba y que ahora pretende poner en jaque. Es llamativo como, cerca del final de la película, Silva le comenta a Bond cuan agotador es el trabajo de campo, y que poco sentido tiene cuando existen herramientas que lo hagan todo más rápido y aséptico. Es precisamente en el final de la película cuando Bond se encuentra consigo mismo y vuelve a sus orígenes, con el fin de avanzar en su próxima etapa (James Bond es Escocés. Como dato curioso podemos contar que lo es por petición expresa de Sean Connery a su creador) Allí se enfrenta con su pasado, desprovisto de armas y en un lugar remoto; lejos de la tecnología de vanguardia o del mundo moderno, un lugar que puede simbolizar el origen primitivo y la lucha por la supervivencia. Un lugar en donde sólo James Bond puede triunfar.

Podría hablar mucho más de la película, ya que creo que es muy interesante el uso que ella encontramos de los símbolos. Aunque también creo que es puro cine de acción, bien entendido y bien contado. No hay que pensar que esta obra marcará un antes y un después (salvo en la saga Bond, claro) Pero es que realmente creo que hay un gran trabajo de dirección detrás; y eso lo digo yo, que nunca he sido fan de James Bond, pero sí que lo soy del bueno de San Mendes. Un director que demuestra de lo que es capaz en una cinta que no se parece a nada de lo que haya hecho con anterioridad.

Saludamos a este Bond, tal y como parece que lo hace la audiencia.

POR TUS OBRAS TE CONOCERÁN

“No recomendaría seguir mi camino. Es demasiado trabajo. A veces me pregunto ¿por qué sigo? Porque las alternativas no me convencen. De vez en cuando, la gente me pregunta si deberían ser guionistas o directores. Y les suelo decir que, si encuentran la felicidad en cualquier otro campo, adelante.

Si te dedicas al arte es porque no tienes elección. “

Paul Schrader, guionista de cine.

Extraído del documental “Tales from the script”

Estas palabras, del famoso guionista Paul Schrader, me dan la excusa perfecta para hablar de lo que, para mí, supone la creación artística desde un punto de vista íntimo. Algo que sólo está recomendado para el yonki creativo, para aquel que no está satisfecho con la realidad que le rodea y necesita, de una forma constante, reinventarla, repensarla y cuestionarla.  Para ese que, de alguna forma, entendió que lo que hace es producto de quien es. Y no al revés.

Si para un creador hay algo así como un “infierno común”, sin duda ese es el escenario de la insatisfacción personal y privada en el que vive la mayor parte del tiempo, y de todos los deseos contrapuestos que uno puede encontrar en ese estado. Y es que en todo creador hay un ego, una voz interior que desde la suficiencia que le proporciona su propia creatividad le dice “eres bueno, puede que muy bueno; destacas. Mereces más, puedes hacerlo”. Al mismo tiempo hay un sentimiento crítico que no para de gritar: “eso no es suficiente, no lo es”.

Sí.

Además, y  finalmente, hay que sumar una tercera voz: la que te dice que podrías estar haciendo cualquier otra cosa más sencilla y práctica. Que sería más feliz si no pensaras tanto.  Tener una vida más “fácil y normal”.

Pero eso es imposible. No podrías intentar hacer otra cosa. Porque lo que haces te define y te identifica, te hace encontrar a tu verdadero YO.  Aunque ese YO no te guste, ni te haga feliz a largo plazo. De eso va el arte, al menos para mí. Crear es un proceso que en parte se basa en encontrarte cara a cara con quien eres para felicitarte y odiarte al mismo tiempo.

Son muchos los creativos que desde una melancolía cierta, aunque un poco llorona, se quejan amargamente de esa insatisfacción que les impulsa a crear y a expresarse, pero de la que no consiguen zafarse. Se quejan de la infelicidad incompresible que les genera su estado. De cómo desearían un mundo azul, y de cómo sólo consiguen verlo todo gris. No es que no puedan huir de esa sensación, que pueden, es que si lo hacen dejan de ser quienes son.  Y eso sí que les da miedo. Al fin y al cabo, serán artistas amargados pero al menos son artistas.

Así que podríamos decir que lo peor es que todas las voces tienen algo de razón.  La lucha interior está servida. Una lucha muy dura que no te llena sino que te vacía si no encuentras el virtual confort del equilibrio que la madurez puede llegar a darte. Pero, aún así, siempre vas a tener a esas tres voces peleándose dentro de tu cabeza.

Dicen que “por tus obras te conocerán”. Y tanto que sí.  Pero nadie te dice que tú, también, te conocerás por tus obras. Más que los demás.